Un proyecto autónomo, visionario, en nuestra disciplina: una nueva revista de antropología
Publicado 19.03.2023
Quienes la conocimos sabemos que uno de los proyectos más importantes de Silvia fue la propuesta de iniciar un esfuerzo editorial colectivo que marcara una diferencia en nuestro campo de estudio: Nueva Antropología. En su papel de directora y fundadora, desde la aparición del primer número luchó por otorgarle autonomía de las instituciones académicas que promovieron su nacimiento, para garantizar una pluralidad temática y la apertura a enfoques de investigación emergentes en el campo de las ciencias sociales. La defensa de esta característica distintiva del entonces novel proyecto editorial pasó por varias etapas, que valen la pena rememorar a manera de homenaje. Nueva Antropología se constituyó como una asociación civil en 1971, cuyo objetivo, como dice su primer editorial, radicaba en:
Por una parte, servir como medio de expresión a todos los antropólogos que ejecutan trabajos de investigación concreta, empeñados en la aplicación de nuevos enfoques teóricos y metodológicos; por otra parte, constituirse en el órgano de difusión, en la tribuna de un debate alrededor de los problemas que atañen a la antropología misma como una rama de las ciencias sociales contemporáneas (Consejo Editorial, 1975: 4).
La primera defensa de la autonomía se dio al destacar su separación “orgánica” de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah). En efecto, los primeros números de la revista estuvieron apoyados financieramente con recursos del inah a través de la enah, hasta que algunos profesores, en una de las reuniones del Consejo Editorial —que debe haberse realizado en 1975 o 1976—, manifestaron que la revista debía ser entregada a la enah, la cual a través de una comisión establecería su organización a partir de ese momento. Silvia se negó aduciendo que la enah, dado el momento por el cual atravesaba, no tenía las condiciones que garantizaran la continuidad de la publicación. Además, argumentó que este proyecto editorial no carecía de un apoyo institucional, ya que estaba impulsado por la asociación civil, conformada por connotados antropólogos y antropólogas, que servían de vínculo con sus instituciones académicas, pero dicha articulación no implicaba ceder el control editorial de la revista a ninguna de ellas.
A partir de la primera defensa de la autonomía interinstitucional de la revista, algunos profesores de la enah dejaron el Consejo Editorial. Esta siimportante en la vida organizacional de Nueva Antropología, ya que marcó la pauta a seguir en los apoyos y financiamientos que obtendría la publicación de diversas instituciones académicas. Todavía el número 5 de 1976 salió publicado con el lema de la enah en la portada y una fotografía de Héctor Díaz-Polanco y Laurent Guye, de una trilladora producto de su trabajo de campo en Valle de Santiago, Guanajuato. A partir del número 6, Silvia comenzó una campaña que duraría toda su vida: la de gestionar recursos institucionales para que saliera la revista. En ese momento, el Consejo Editorial decidió integrar a algunos alumnos de la enah, por ejemplo, Magalí Civera —quien renunció en 1980 por haber estudiado Antropología Física y no ubicarse en la línea de la revista—, Ludka de Gortari, José del Val, y quien esto escribe. A nivel editorial, ese número inauguró un nuevo esquema de producción, ya que se imprimió en colaboración con García y Valadés, reconocida editorial que publicaba la revista El Cuento, y con la que Silvia tenía una relación personal.
A partir del número 7, el organigrama de la revista cambió y se estableció una subdirección encabezada por Lourdes Arizpe y Héctor Díaz-Polanco. Posteriormente se integró a la subdirección José del Val y se amplió el Consejo Editorial con colegas como Andrés Fábregas, Andrés Medina, Rebeca Panameño, Enrique Nalda, Juan Yadeum y Eduardo Matos. Poco a poco la revista se fue haciendo de un lugar en el campo de la difusión antropológica y gracias a las gestiones de Silvia se logró que Guillermo Bonfil y Gloria Ruiz de Bravo-Ahuja apoyaran su edición desde el cis-inah y el ciiis, respectivamente. A estos vínculos interinstitucionales se sumaría el Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Eran otros tiempos y el acceso a los resultados de las investigaciones sociales estaba mediado por los formatos impresos; se editaban 3 000 ejemplares en papel, que se fueron reduciendo a 2 000 a partir del número 8. Los temas predominantes en la agenda de debate antropológico de ese entonces —que encontraron espacio en la revista— fueron el campesinado, la cuestión étnica, así como la relación del marxismo con la arqueología y la antropología. Para 1980 se diversificaron las instituciones que apoyaban la revista, se lograron acuerdos con el Conacyt, el Instituto Nacional Indigenista y la Dirección de Educación Indígena de la sep, aumentando el respaldo interinstitucional y con ello la libertad para exponer cualquier temática en el campo de las ciencias sociales. Por ejemplo, con los financiamientos obtenidos se editaron los números 15 y 16 sobre movimientos armados en América Latina. Para 1981, fue la primera vez que El Colegio de México colaboró con la edición de Nueva Antropología.
A partir de ese momento, la revista sería testigo de una diversificación temática en la investigación antropológica en México, que tendría como base conceptual una gran variedad de enfoques teórico-metodológicos. No precisaré los temas que dieron pauta a cada número (Tejera, 1989), pero hoy día es innegable el aporte de esos textos en la diversificación de estudios que experimentó nuestra disciplina a finales del siglo xx. Una tarea pendiente de realizar, es un balance de los números publicados de 1994 a la fecha, ya que la revista es indicativa de algunas de las agendas de investigación y paradigmas teóricos que son parte de la historia, no sólo de la revista y la antropología, sino de las ciencias sociales en general. Al respecto, la publicación fue ampliando su espacio de reflexión y muchos de los números editados comenzaron a mostrar temáticas más extensas que las preocupaciones propias de la cocina antropológica. Ése también fue un esfuerzo realizado por Silvia en cuanto a convertir a Nueva Antropología en una revista que, como expresaba su portada, estaba dedicada a las ciencias sociales.
Habría que mencionar algunos momentos de tirantez con la perspectiva que la revista mantuvo relacionada, ya no con su autonomía institucional, sino con la académica. El primero de ellos, cuando algún artículo sobre autonomía no fue aceptado por dos de los dictaminadores (lo que implicaba su rechazo) y su impulsor reclamó aduciendo que era políticamente importante para la publicación (y para él) que se divulgara. Ante la negativa de Silvia y el Consejo Editorial, el promotor renunció a la revista. No fue el único caso polémico que generara conflictos internos, pero sí el que marcó la pauta para determinar que los procedimientos de dictaminación en el trabajo editorial de la revista estaban por encima de otras consideraciones.
Hubo otros desencuentros en los que los promotores de un proyecto editorial se incomodaron por el resultado de los dictámenes y dado que algunos eran especialistas en el tema, propusieron tener voto de calidad al respecto. El Consejo Editorial mantuvo, como lo sigue haciendo hasta la fecha, que el principio de evaluación de los dictámenes fuera la guía central para admitir los artículos, aun cuando algunos fueran considerados insuficientes por quienes proponían un dossier temático.
El propósito de mantener la autonomía de Nueva Antropología, y al mismo tiempo garantizar su seguridad económica, fue uno de los esfuerzos más complejos a los que se enfrentó Silvia durante todo el tiempo en que encabezó la revista. En la medida en que los recursos y, por tanto, los apoyos institucionales se fueron haciendo cada vez más exiguos a través de los años y en los periodos de crisis económica, ella buscó por una parte que el Conacyt financiara su impresión, como otras muchas revistas académicas, pero los procedimientos de calificación para las publicaciones científicas establecidas por dicho organismo se confrontaron con las políticas editoriales con las cuales se editaba Nueva Antropología. Por ejemplo, la prohibición de que un autor publicara en un lapso menor de dos años, el que los recursos otorgados sólo fueran gastados en ciertos rubros, el calificar a la revista con base en los esquemas de indexación en los cuales estaba inscrita, entre otros. Todo ello, propició que Silvia se rebelara ante la imposición de las políticas editoriales marcadas licación y seguir conservando su autonomía hizo que Silvia, en su papel de directora, dedicara mucha de su energía y prestigio académico para buscar que alguna institución la “adoptara”. Entabló pláticas en diferentes momentos con el ciesas, la uam, el inah y El Colegio de México. Pero en cada caso evaluó por razones distintas que las condiciones que se ofrecían ponían en tensión dos aspectos: el funcionamiento e integración académicas, por un lado, y la supervivencia a mediano plazo, por el otro. No dejó de tener razón, lo que no significa que dichas instituciones no tuvieran motivos explicables: integrar una revista y al mismo tiempo otorgarle autonomía organizativa, no deja de ser un elemento de tensión en la estructura organizacional. No obstante, la historia se puso del lado de Silvia, pues es innegable que Nueva Antropología sigue siendo un espacio de libertad académica para quien desee publicar un artículo en el campo de la antropología y las ciencias sociales, desde cualquier enfoque teórico-metodológico.
Semblanzas de Silvia Gómez Tagle (1944-2022). Publicado en el núm. 95, vol. 34 de Nueva Antropología, julio - diciembre 2021
Palabras clave
- Silvia Gómez-Tagle,
- Nueva Antropología
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