La izquierda mexicana ha tenido siempre que confrontarse con el prestigio de la revolución de 1910; ese gran movimiento popular que dejó al partido oficial como heredero privilegiado del carácter hegemónico de su proyecto nacional, habiendo restado muy poco espacio para otras fuerzas políticas. Primero el PNR, después el PRM y finalmente el PRI, han cambiado de nombre y de carácter, pero han sabido ostentarse,  cada uno en su turno, como el único legítimo representante de la reforma agraria, las nacionalizaciones,  la legislación laboral, el intervencionismo estatal, la educación laica, en una época hasta socialista, la seguridad social, etc.